R.I.P. CADA MUERTO EN SU TUMBA
De los personajes más conocidos
que han protagonizado la historia mundial en todas las épocas es difícil que
cualquiera de nosotros no recordemos algún detalle de su vida u obra, de modo
que tengamos una clara idea, a veces no tanto, del interfecto en cuestión.
Quién no oyó hablar de la leyenda del rey Arturo, o
del encuentro de Newton con la manzana, de la fantasía razonable de Verne, de
la maldad infantiloide de Nerón, del
poderío demostrado por Napoleón, de la valentía sin igual de El Cid, del genio
inagotable de Da Vinci, de la mayor obra literaria en español y su autor,
Cervantes, de tantos otros talentos y personalidades que marcaron pautas para
la humanidad...
Muchas son las biografías que se
han realizado para profundizar en sus personas y mostrar todos los resquicios
de sus actos, sus virtudes y defectos, los mitos que les rodean, el significado
de sus actuaciones públicas, detalles de tortuosas vidas unas, virtuosas otras,
cotilleos de intimidades que ruborizarían al más pintado, datos en definitiva
que plasman en la mayoría de los casos un amplio conocimiento de estas vidas
ilustres.
Comoquiera que vengo de realizar
un trabajo en la misma línea, la de los entierros ilustres, la querencia o la
experiencia me ha llevado a idear una vuelta de tuerca sobre el tema, en esta
ocasión acerca de egregios personajes.
El tema en concreto se centra en
unas premisas muy elementales, que rozan si no dan de lleno en el campo de la
curiosidad, eso si, tratado con pleno rigor y documentación.
Quiero presentar, en definitiva,
una noticia poco conocida de estos personajes, desarrollándola en la medida de
lo posible, cual es su muerte, abundando en lo posible en las causas y
circunstancias que la rodearon, así como su ubicación postrera, su sepultura,
de la que mostraré un documento fotográfico.
Mis investigaciones están
apoyadas en estudios de prestigio y en textos históricos, pero al contrario que
en mi primer proyecto, Catálogo incompleto de tumbas ilustres en iglesias de
Sevilla, me resulta del todo inviable fotografiar in situ tal cantidad de
entierros dada la dispersión mundial de los mismos (que por otro lado podría
resultar un largo y productivo viaje), con lo que las fotografías aportadas
proceden de mi cámara mínimamente y en su mayoría de múltiples archivos
descargados de esa gran herramienta que es Internet.
Dada la ingente cantidad de
personajes que pueden venir a estas páginas he considerado presentar un número
importante de estos sin someter la decisión a ninguna criba predeterminada,
pues han ido surgiendo sus nombres de manera espontánea en mis pensamientos,
siendo a partir de ahí cuando he ido investigando acerca de sus momentos
finales y sus enterramientos.
Este breve trabajo podría
considerarse frívolo o desentonado, pero no deja de ser historia, una vertiente
más doméstica si se quiere, que puede ser algo cotilla incluso pero que tiene
el trasfondo de contar sucesos acaecidos sin lugar a dudas y que considero
desconocidos por gran parte del público, incluido hasta ahora yo.
Es por mostrar estos
conocimientos por lo que surge este estudio, un divertimento algo tétrico que
trataré de glosar del modo más ameno posible.
La muerte se nos acerca con un
muestrario de infinitas variables, entre las que nos toca, y a veces algunos
eligen, nuestro modo de dejar de respirar.
Nos puede coger por sorpresa si
somos jóvenes y no tanto si somos ancianos o si nos exponemos a ciertos riesgos,
pero sin duda suele llegarnos en momentos sorpresivos y formas variopintas.
No escapan a esta suerte dispar
nuestros más ilustres conciudadanos, cuyo hilo vital también fue controlado por
las tres Parcas a su antojo, de modo que Átropos cortó el hilo en la ocasión
que estimó oportuna en todos los casos y finalmente me proporcionó un variado
material para este libro.
Veremos pues asesinatos,
suicidios, muertes absurdamente ridículas, otras del todo lógicas, por
ancianidad o por la búsqueda de excesivos peligros...
Todas acabadas en una morada
postrera de muy variados formatos y ubicaciones no solo propiciado por la
importancia del finado sino por deseos propios o circunstancias que rodearon
los óbitos.
Estos son los
personajes que he elegido mostrar en esta ocasión.
ALEJANDRO MAGNO
El gran conquistador de Asia,
culto, gran militar y estratega, dotado de una gran capacidad de mando,
combinando al tiempo mano dura y flexibilidad con sus huestes y que gobernó el
imperio macedonio apoyado en su poderío militar tenía un grave defecto: el
abuso de la bebida. Su falta de moderación le provocaba brotes violentos como
el que le llevó a matar a su amigo Clito en una borrachera, y es una de las
causas que se barajan sobre su muerte tan joven.
La muerte le sobrevino el 13 de
Junio del 323 A.c.
tras doce días de sufrir altas fiebres. Faltaba un mes para que cumpliera 33
años.
Le aconteció en Babilonia, en el
palacio que construyera el rey Nabucodonosor II y que por entonces perteneciera
al imperio que dominaba este mítico monarca macedonio, que abarcaba desde
Grecia hasta gran parte de Asia menor.
El dos de Junio Alejandro
participó en un banquete organizado por su amigo Medio de Larisa, tras el cual
empezó a encontrarse enfermo.
Se ha teorizado acerca de que fue
envenenado por los hijos del regente de Grecia, Antipatro, considerando que uno
de ellos, Yolas, era el copero de Alejandro. Incluso se atreven algunos autores
a determinar que el veneno pudo ser heléboro o estricnina, y que éste fue
traído desde Grecia en mula por el otro hijo del regente, Casandro.
En contra de esta teoría, que por
otra parte puede ser lógico estimarla dada la cantidad de enemigos que se
granjeó el emperador, está el hecho de la duración de la enfermedad, doce días,
periodo excesivo para el efecto de los venenos que existían en el mundo
antiguo.
Otra versión considera
enfermedades como la malaria o fiebres tifoideas como las que doblegaron al
rey, ítem más si se considera que consta la existencia de millares de mosquitos
en los pantanos cercanos que atosigaban a la tropa, que pudo tratársele
precipitadamente con heléboro en cantidades peligrosas y que la salud de
Alejandro ya debía estar mermada a consecuencia de su afición extrema a la
bebida y sus muchas heridas de guerra, especialmente la que le afectó al pulmón
en la campaña de la India.
Los relatos coetáneos hacen
pensar a otros autores que la dolencia que precipitó su muerte fue una
pancreatitis que explicaría el dolor fortísimo e imprevisto, como de una
lanzada, que padeció esos últimos días.
Un día antes de su muerte, y en
espera del fatal acontecimiento, sus generales le preguntaron por quién
asumiría el imperio toda vez que el rey no tenía aún heredero (su hijo
Alejandro IV nacería tras su muerte y su otro hijo era de una concubina).
Su respuesta es controvertida,
pues al parecer respondió Krat´eroi (el más fuerte) o Krater´oi (Crátero, su
mejor general), según versiones. El hecho es que a su muerte el imperio se
dividió entre sus sucesores, los llamados Diadocos, esto es, sus generales y
los hijos de éstos.
En su lecho de muerte, se dice
que todos sus soldados fueron pasando ante él para despedirlo con honores de
general.
El paradero actual de la tumba se
desconoce y aún se realizan estudios para intentar encontrarla, sin demasiadas
expectativas. No obstante hay datos sobre su proceso de entierro que son
interesantes conocer.
El deseo primero de Alejandro
Magno era ser sepultado en Egipto, país que pertenecía a su imperio y del que
admiraba sobre todo el concepto de faraón, pues la idea de ser un rey-dios le
atraía sobremanera.
No obstante el sucesor más
poderoso de Alejandro, Pérdicas, apoyado en los deseos de la madre del rey,
Olimpia, impuso a la asamblea que el cuerpo fuera colocado en un ataúd de oro y
trasladado a Egeas (Macedonia) para ser enterrado en el cementerio de los reyes
macedonios.
De ese modo se ordenó la
construcción de un monumental catafalco o carro funerario que duró un año en
acabarse, tras lo cual el oficial a su cargo, Arrideo, comenzó su traslado.
El caso es que este oficial pactó
con otro de los generales y posterior faraón, Ptolomeo, desviarse desde Damasco
hacia el sur y no hacia Macedonia, cosa que pudo llevar a cabo con la
protección de un potente contingente ante el que nada pudo hacer la caballería
mandada por Pérdicas para detenerlo.
La tumba elegida sería un
sarcófago destinado inicialmente para el huido faraón Nectanebo II en una capilla dentro del templo del
Serapeo de Saqqara, la necrópolis de Menfis, capital de Egipto por entonces.
La tumba fue trasladada hacia el
año 280 A.c.
a la nueva capital, fundada por Alejandro, Alejandría.
Se construyó un mausoleo en el
centro de la ciudad sobre el 215
A.c. dentro del llamado Soma, un recinto sagrado y
santuario de un rey venerado como un dios.
El ataúd de oro fue fundido en el
89 A.c.
por Ptolomeo XI para poder pagar deudas, colocando el cuerpo en un sarcófago de
alabastro.
Desde que el imperio romano
dominara Egipto, varios emperadores rindieron culto y visita a Alejandro.
Curiosamente en un multitudinario homenaje al difunto, donde llegó a coronar a
la momia, Octavio Augusto le rompió la nariz en un descuido.
El propio Calígula ordenó que le
fuera entregada la coraza de Alejandro en un acto caprichoso. Todo el que
quisiera podía visitarla, hasta que en el 200 D.c. Septimio Severo,
escandalizado, ordenó que la tumba fuera sellada.
Un gran terremoto seguido por un
tsunami datado en el año 365 destruyó gran parte de la ciudad, posiblemente
arrastrando con ello el mausoleo del Soma.
A partir de aquí las noticias
acerca de la tumba de Alejandro son confusas, pues pareció desaparecer hasta
que se dan noticias cerca del año 400 de que el cadáver estaba expuesto en
Alejandría.
El decreto emitido por Teodosio
para prohibir el culto a los dioses paganos, entre los que estaba Alejandro,
provocó que los cristianos destruyeran el Serapeo (necrópolis) y originara la
desaparición del cadáver.
Hay una noticia de León el
africano que en 1517 afirma que la tumba estaba en una casa con forma de
capilla. Parece ser que se trata de la capilla Atarina, donde se emplazó el
sarcófago vacío que posteriormente redescubrirá la expedición de Napoleón de
1798. Este sarcófago está en el museo británico, donde fue trasladado en 1802
tras su obligada cesión por parte francesa.
El cuerpo de Alejandro debería
estar bajo esta capilla o bajo el cementerio latino de Alejandría, pero aún no
ha sido hallado.
Una última hipótesis considera
que es el cuerpo momificado que se cree de san Marcos evangelista, fundador de la Iglesia Alejandrina,
que se conserva en la basílica de san Marcos de Venecia, pues se conoce que
este santo murió quemado y su cuerpo no pudo ser momificado como aparece aquí.
Un estudio a fondo del cuerpo permitiría confirmar o descartar esta idea.
El sarcófago del museo británico,
hallado en Alejandría, y la tumba del museo de Estambul, de la necrópolis de
Menfis, son los dos monumentos que muestran posibles ubicaciones de Alejandro,
si bien ninguna se considera aún ratificada.
Tumba de Alejandro del museo de Estambul.